La complicidad (consciencia) es el elemento nutritivo y sustentador de cualquier hecho o tendencia en cualquier sistema. Admitámoslo, si algo ocurre es porque entre todos formamos la cadena...
La complicidad ha llegado a tal extremo que es imposible hacer una historia personal de «nuestras propias cadenas». Del mismo modo que hemos perdido de vista aquello que enriquecemos con nuestro dinero cuando compramos comida o útiles (ni sabemos, ni queremos saber la realidad y legalidad última de estas empresas), también lo hacemos con todo lo demás (política, dogmas, grupos sociales... ). Simplemente lo damos por bueno en la medida de la buena o mala apariencia del producto final.
Basamos nuestra confianza en que los medios de comunicación presionarán con su crítica a los «malos de la película» (productos perjudiciales, actuaciones denigrantes...) logrando que éstos desaparezcan del estante.
Es decir: nos sumamos sin analizar demasiado el caso, ejerciendo con ello el engorde de esa realidad, para luego esperar que desaparezca, por si sola, si resulta perjudicial.
Pero las cosas no desaparecen, así como así, una vez estén desarrolladas y bien nutridas, simplemente pueden cambiar de apariencia.
La actuación debe ser inversa, antes de invertir en un producto hay que asegurarse de sus bondades y que el dinero y/o esfuerzo que donemos posibilite el desarrollo de buenos productos con derivados no perjudiciales.
Porque una vez nos hayamos complicado la vida, hecho complices del asunto, nos hayamos complementado y completado con aquello, y añadido complejidad al proceso con nuestra presencia... la presencia del producto y sus derivados será real y efectiva en nuestra vida.
La complicidad ha llegado a tal extremo que es imposible hacer una historia personal de «nuestras propias cadenas». Del mismo modo que hemos perdido de vista aquello que enriquecemos con nuestro dinero cuando compramos comida o útiles (ni sabemos, ni queremos saber la realidad y legalidad última de estas empresas), también lo hacemos con todo lo demás (política, dogmas, grupos sociales... ). Simplemente lo damos por bueno en la medida de la buena o mala apariencia del producto final.
Basamos nuestra confianza en que los medios de comunicación presionarán con su crítica a los «malos de la película» (productos perjudiciales, actuaciones denigrantes...) logrando que éstos desaparezcan del estante.
Es decir: nos sumamos sin analizar demasiado el caso, ejerciendo con ello el engorde de esa realidad, para luego esperar que desaparezca, por si sola, si resulta perjudicial.
Pero las cosas no desaparecen, así como así, una vez estén desarrolladas y bien nutridas, simplemente pueden cambiar de apariencia.
La actuación debe ser inversa, antes de invertir en un producto hay que asegurarse de sus bondades y que el dinero y/o esfuerzo que donemos posibilite el desarrollo de buenos productos con derivados no perjudiciales.
Porque una vez nos hayamos complicado la vida, hecho complices del asunto, nos hayamos complementado y completado con aquello, y añadido complejidad al proceso con nuestra presencia... la presencia del producto y sus derivados será real y efectiva en nuestra vida.